Ha ce mucho tiempo no me daban tarea para la casa. Pero aquel viernes fue diferente: "Tienen que escribir una autobiografía. Una de 800 palabras".
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¿Y cómo iba a escribir yo sobre mi? Claro, dirán ustedes que lo hago siempre, pero...¡¿una autobiografía?!
Eso significa encontrar un eje sobre el cual hablar. Sobre mis amores? Sobre mis trabajos? Sobre mis amigos? Sobre mi tormenta interior? Sobre qué?
Nunca me costó escribir algo tanto como esta vez...y este es el resultado...
¿Desde que lugar uno podría escribir una autobiografía?
Podría hacerlo de mil maneras, desde cada una de las mujeres que conviven mi.
Desde la que siente, la que se enamora. Desde la que trabaja desde los 17 años,
y sueña con alcanzar el éxito laboral. Desde la que sueña algún día llenar un
Luna Park, sólo con su guitarra…Quizás podría desde la que llora con las
películas románticas, o quizás desde la que le hace frente a todo…
Porque en mi habitan diferentes mujeres. Y no hable de un
desorden de personalidades múltiples (creo). Hablo de que todas tenemos esas miles
de mujeres que actúan en diferentes momentos y que a veces no se parecen en lo
más mínimo la una con la otra.
Puedo ser aquella que se pone lencería sexy para recibir a
su pareja un lunes por la noche, cuando el cuerpo ya no da más. Y también puedo
ser la que un sábado, con un jogging de franela negro y un remerón de papá de los 50 marrón, un rodete muy despeinado,
Coca-Cola y chocolate en mano se mete en la cama a las 9 de la noche para ver
una comedia en la tv.
Y a veces, en alguna situación nueva, me desconozco. Y es
entonces que me presento formalmente a mi nueva yo.
Pero quizás la que más me define, la que más auténtica es,
la que mas felicidades me trajo, la que todos los días me pide salir un ratito
es la que canta, y la que escribe, y la que canta lo que escribe…
A penas con ocho años, recuerdo haber agarrado una lapicera
para expresarme en un papel. Seguramente fue una hoja de carpeta que saqué de
mis útiles escolares. Recuerdo haber escrito una carta a una amiga que despedía.
A los doce me atreví a rimar algunas frases.
A los catorce intenté alguna melodía, tratando de acomodar
las palabras para que sonara bien.
A los 18, cuando rebelde, cuando la música era una forma de
vida y no solo una pasión, con el guitarrista de mi banda le pusimos música a
una de mis canciones y hasta la canté en público.
Después apareció la computadora. Al principio era un gran
lugar para expresarme. Abrí un blog y conté mis alegrías y mis penas. Mis
amores y mis desengaños. Pero después comenzó a volverse un lugar de dispersión,
y más tarde, de trabajo.
La música es como parte de mi día a día. A veces camino por
la calle y sin pensarlo alguna canción se me viene a la cabeza, y la canto.
Pero es como si me estuviera contando, porque a penas entro en conciencia puedo
darme cuenta que esa canción que parecía inocente, en realidad está contando
algo que en mi vida estoy pensando o sintiendo.
Y para qué hablar de ese guilty
pleassure de poner música romántica retro y cantar a los gritos…Lo hago
todos los días pero es como mi secreto más íntimo…
Cuando escribo es como que me voy de mí. Pero lo justo y
necesario como para lograr conectarme con mis sentimientos y mis palabras.
Pero conectarme de esa forma con los sentimientos más
profundos, también me hacen ser frágil y vulnerable. Y aunque quiera demostrar
lo contrario, sé que no es así, porque:
No soy fuerte, solo lo aparento.
No soy auto-suficiente, es una consecuencia de la vida.
No soy independiente, es que me da miedo depender.
No soy libre, solo estoy atrapada en excusas.
No soy la que aparento, son puras palabras.
Sí necesito que me abracen, necesito que me cuiden, necesito
que se preocupen por mí.
Necesito que me den la mano al caminar, que me abracen en el
cine. Necesito que me miren a los ojos.
Si necesito que me canten una canción, que me mencionen en
Twitter. Necesito que, en Facebook, me cuelguen una canción.
Porque si necesito que me quieran, y que me lo demuestren.
Necesito sonreír y que me sonrían.
Y finalmente, necesito sacarme todo este caparazón que pesa
tanto.
Pero sobre todo necesito que shhhh, no se lo cuenten a
nadie...
En fin, todo aquello que me define, también me hace
vulnerable. Porque escribir, es como desnudar el alma frente a alguien. Y todos
saben, ese volverse vulnerable al daño, es todo un acto de valentía.